El debate en torno a la posibilidad de gobernar y sus condiciones debe anteceder al debate en torno al buen gobierno. Entre otras cosas, porque sólo una explicación de sus fracasos puede darnos una pista acerca de cómo gobernar bien. Desde esta perspectiva me propongo desarrollar una teoría del gobierno como un autogobierno condicionado y explorar las posibilidades de pensar algo que podríamos llamar gobierno indirecto, sin olvidar la ambigüedad que acompaña a estas formas sutiles de poder.
Nos hemos acostumbrado tanto a hablar de gobierno, a sentirnos confortados porque las sociedades están gobernadas e incluso a padecerlo ocasionalmente, que hemos perdido de vista una realidad más radical: que lo normal es su ausencia. La mayor parte de las cosas han discurrido a lo largo de la historia de la humanidad y acontecen todavía hoy sin una mano, visible o invisible, que las gobierne. Toda reflexión acerca de lo que significa gobernar debería comenzar por esta constatación que desafía nuestra habitual percepción de las cosas.
Nos ahorraríamos muchas decepciones si reconociéramos desde el principio las posibilidades de la acción de gobierno y sus límites, si entendiéramos la lógica del gobierno de sistemas complejos. No lo digo esto para rebajar nuestras expectativas de intervención en la sociedad (más bien al contrario), sino para que entendamos su lógica.
¿Y si lo que pasa es que, en última instancia, el gobierno fuera imposible, en sentido fáctico y normativo, que no se puede ni se debe gobernar a otros o, dicho en positivo, solo uno mismo puede y debe gobernarse? Toda la historia del pensamiento político está atravesada por una paradoja que ha sido formulada de diversas maneras pero que podría sintetizarse de la siguiente manera: el único gobierno legítimo es el autogobierno. Esta paradoja se ha formulado de muchos modos: como exigencia anárquica (impugnando la autoridad), como lamento melancólico frente a la ingobernabilidad (las sociedades no se dejan dirigir), como programa neoliberal (desmantelamiento del estado para devolver el protagonismo a la sociedad civil). Con esta tesis no sostengo ninguna opción ideológica concreta, sino que apunto la existencia de un eje en el que pueden situarse las diversas opciones. El espectro ideológico va desde la derecha (que se caracterizaría por el deseo de no ser molestado por el gobierno) hasta la izquierda (cuya preocupación fundamental es la de no ser excluido de sus decisiones); lo que comparten todos, desde un extremo a otro, es la convicción de que una sociedad madura es una sociedad que se autogobierna, lo entendamos en clave liberal o socialista, desde los libertarios neoliberales hasta el radicalismo democrático de la nueva izquierda.
Todas las dificultades de gobernar proceden del hecho de que es siempre una operación contradictoria porque pretende modificar algo que a su vez está obligado a respetar. Gobernar implica aceptar las propias limitaciones de la intervención y reconocer que, en el fondo, como bien sabía Rousseau, el gobierno es siempre autogobierno.
Daniel Innerarity